Cuando hablamos en público, el éxito de nuestras presentaciones puede medirse de múltiples maneras: recibir muchos aplausos al final, lograr numerosas risas, despertar curiosidad y que ésta se traduzca en muchas preguntas, felicitaciones por parte de algunos miembros del público, que el mensaje logre acción y seguramente otras tantas. Independientemente de con qué vara se mida, para lograr dicho éxito, es imperativo haber captado la atención de la audiencia, al menos, lo suficiente como para que escuche hasta el final. Idealmente, debe haberse generado una conexión tal que cada uno haya sentido que el ponente le hablaba de forma individual, aunque sólo fuera durante un momento.
Dicha conexión es lo que logra que le mensaje se entienda, cale y produzca un resultado. Pero ¿de qué depende dicha conexión? Sacando el contenido del discurso de esta ecuación, dicha conexión depende de la sensación de cercanía que haya entre el público y el orador.
El gurú de las presentaciones visuales, Garr Reynolds, en su libro Presentation Zen, habla sobre el concepto de barreras o muros entre el presentador y su público, y cómo éstas dificultan o imposibilitan la cercanía y, en consecuencia, la conexión. Dichas barreras pueden ser reales o percibidas y ambas generan una sensación de distancia capaz de castrar la posibilidad de compenetración entre ponente y audiencia.
Siete barreras que imposibilitan la conexión y cómo destruirlas
1. La distancia física
Es obvio que la distancia física dificulta la sensación de cercanía. Mientras más lejos se esté del público, más complicado será “intimar” con éste, en parte porque, a distancia, es difícil que éste capte todos nuestros gestos y perciba enteramente nuestro lenguaje corporal, necesario para entender el verbal. Si el escenario se encuentra alejado del público, puede ser interesante bajar de éste y presentar justo desde en frente de la primera fila. Además, si la sala es profunda, ¿por qué no pasearse por ésta mientras se habla para así llegar mejor a los de las filas posteriores? Sin abusar, este recurso puede aportar dinamismo a la charla.
2. El atril
Encontramos atriles en salones de actos y auditorios, habitualmente en la celebración de eventos formales como graduaciones, entregas de premios y todo el que requiera maestría de ceremonia. Son fantásticos para colocar nuestras notas y para hacernos sentirnos “protegidos”. Pero por lo mismo que el atril nos proporciona “protección”, nos separa físicamente del público, creando una pared psicológica entre ambos.
Ciertamente, en eventos formales, sobre todo si intervienen varias personas, puede que sea buena idea ceñirse al protocolo y hacer uso de éste (aunque el efecto de la barrera seguirá vigente). Para cualquier otro tipo de discurso, salirse de detrás del atril y posicionarse en el centro del escenario (hacia delante), sin ningún obstáculo frente a nosotros, permitirá un mejor contacto con los que han venido a escuchar.
3. La lectura de notas
Cuando leemos el contenido de nuestro discurso, en lugar de presentarlo de manera conversacional, dejamos de prestar nuestra atención al público para fijarla sobre nuestras notas. Tal y como escribí en la entrada anterior, el contacto visual con el público genera la sensación de credibilidad, autoconfianza y cercanía. No mantener el contacto visual acelera la pérdida de interés por parte del público y puede ser considerado incluso una falta de respeto. (Ojo: La lectura de notas incluye también la lectura de diapositivas, práctica tan habitual como contraproducente.)
Para evitar leer las notas, es imprescindible conocer muy bien el material. Para ello basta con prepararse exhaustivamente, memorizar la estructura de la ponencia y practicar hasta que ésta salga de forma natural.
4. El lenguaje verbal
Usar jerga o lenguaje técnico, así como palabras en una lengua extranjera y no explicar su significado inmediatamente, es suficiente para lograr que la atención se pierda. Lo mismo pasa con el lenguaje demasiado formal; aburre y ahuyenta a la atención. Usar lenguaje inapropiado o fuera de tono puede ofender y provocar la desaprobación. Cualquiera de estos casos supone perder a la audiencia.
Mientras más conversacional sea una ponencia, mayor probabilidad de compenetración con quienes nos escuchan. Un lenguaje llano, sencillo, con frases cortas y sin palabras rebuscadas es lo que la gente quiere escuchar. Porque facilita el entendimiento, y porque no obliga a nadie a pensar demasiado.
5. El sonido de la voz
Por efectivo que sea nuestro mensaje y por simple que sea el lenguaje verbal que utilicemos, si no se nos escucha, no sirven de nada. Hay salas en las que no hace falta equipo de sonido, pero en algunas, su uso es conveniente o incluso imprescindible para que toda la audiencia nos escuche.
Probar el micrófono antes de que comience el evento es francamente recomendable para evitar imprevistos y para poder adecuar la potencia de la voz a la capacidad del equipo. Siempre que haya micrófono, mejor contar con él, pero cuando no haya, es importante proyectar la voz de manera que nos escuche toda la sala. De todos modos, se tenga o no micrófono, es importante proyectar siempre la voz como si estuviéramos hablándole a la última fila.
6. El lenguaje corporal
Según los estudios de Albert Mehrabian y de Allan y Barbara Pease (aunque con aplicación en contextos distintos), el lenguaje corporal es responsable de, al menos, el 50% del impacto en la comunicación en persona. El nivel de congruencia que haya entre el lenguaje verbal y el no verbal (vocal y corporal) determinará cuan efectivo sea nuestro mensaje. Del mismo modo que si sonreímos mientras regañamos a un niño no sólo no conseguiremos el resultado deseado sino que perderemos la autoridad, pregonar un mensaje de optimismo, de posibilidad o de éxito con una actitud de desgana no ganará ningún adepto a nuestra causa.
Es necesario tomar consciencia de la postura (erguida y sin dar la espalda), de la gesticulación (natural y abierta) y uso de las manos (evitar los bolsillos, cruzarse de brazos, señalar con el dedo índice), el contacto visual (con toda la sala y en todo momento), de la expresión facial (cálida, afable y entusiasta), del movimiento sobre el escenario (con un propósito y sin deambular) e incluso de la indumentaria (apropiada para la ocasión). En función del uso que le demos, todo ello sumará o restará al propósito de nuestra charla.
7. La iluminación
Cuando el área desde la que presentamos no está bien iluminada se corre el riesgo de que la audiencia no nos vea bien y, en consecuencia, que deje de percibir determinados gestos necesarios para entender nuestro mensaje. Hace unas semanas vi la ponencia de un alto ejecutivo español en la Cámara de Comercio. Con el fin de que las diapositivas proyectadas se vieran bien, pidió que se apagaran las luces del escenario. Lamentablemente, esto oscureció la zona desde la cual habló en todo momento y en la que había un rotafolios sobre el cual dibujó un esquema. A él no se le veía muy bien y el esquema resultaba casi invisible, al menos desde las filas posteriores.
También puede ser problemático que el público no esté iluminado. En este caso, no podemos establecer un contacto visual efectivo con éste, lo que va en detrimento de la conexión, y puede incluso invitar a dar alguna cabeceada. Llegar antes de tiempo y contactar con el técnico de la sala es suficiente para evitar estas dificultades.
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¿Cómo están afectando estas barreras a la efectividad de tus ponencias? ¿Qué otras barreras están impidiéndote conectar con tu público? ¿Qué puedes hacer para tirarlas al suelo?
Imagen por andrew.stuart1.
(Gracias a Emilio Solís por su aportación sobre el estudio de Albert Mehrabian cuyos resultados son aplicables sólo en situaciones muy concretas y no en cualquier situación comunicativa.)
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