Berto Romero es un crack.
El sábado por la noche nos reunimos pare verle actuar en el Trui Teatre de Palma representando su obra (si así podemos llamarle) La Apoteosis Necia. En casi dos horas de espectáculo fue capaz de generar múltiples risas por minuto, desde la risilla tonta hasta la carcajada desternillante y dolorosa, subiendo el listón del género de la comedia y superando las expectativas de casi la totalidad de la audiencia.
Es más que evidente que Berto es un profesional con muchas tablas, con un dominio brutal de las técnicas humorísticas y que carece completamente de sentido del ridículo. Es capaz de hacer con el público lo que le dé la gana entre exageraciones, sorpresas y sus propias tragedias, hasta el punto de recibir aplausos tras mofarse de éste. Pero este post no es una crítica teatral sino un análisis de su capacidad de oratoria.
¿Por qué nos cae bien Berto Romero?
Gracia natural. No nos engañemos. Fuimos a verle porque es gracioso y famosillo. Por ahí dicen que a ser humorista se aprende, pero tener gracia de nacimiento, facilita las cosas. Berto la tiene y es capaz de mezclarla de forma muy inteligente con cosas de la vida cotidiana, de la actualidad e incluso de la farándula.
Normalidad. Desconozco su vida privada y sus posibles apariciones cameo en la prensa del corazón. Con independencia de ello, Berto proyecta la imagen de un tipo común y corriente, y salvo el hecho de ser famoso, no da la impresión de ser nadie “especial”. Esto nos permite identificarnos con su persona y sus historias. Además, no es particularmente teatrero. Presenta de forma conversacional lo que, mezclado con un contacto visual con casi todo el patio de butacas, hace parecer como si estuviera hablando individualmente con cada uno de nosotros.
Cercanía. En múltiples ocasiones hizo referencia a miembros del público (sobre todo a los de las primeras filas, por razones obvias); a sus risas (a veces exageradas, a veces mal coordinadas), a su juventud (“inapropiada” para el tipo de espectáculo) y a sus bondades físicas (capaces de distraerlo y hacerle perder el hilo, supuestamente). Con ello, eliminó cualquier posibilidad de que se erigiese la famosa “cuarta pared” del teatro, haciéndonos sentirnos presentes, cercanos y participantes.
Burla sobre sí mismo. Esta técnica es habitual en los comediantes. Reírse de uno mismo es una de las formas más fáciles de causar gracia a los demás. Además, siendo cuidadoso con la elección de las palabras, abre las puertas a reírnos de ellos más adelante, sin que esto genere mal rollo. Berto explota los puntos débiles de su vida y de su físico para convertirlos en puntos fuertes en su show.
¿Qué otras cosas podemos aprender de él aquéllos que nos dedicamos a hablar en público?
Originalidad. Cuando voy a ver un monólogo, espero escuchar a una persona hacerme reír con sus historias y desvaríos. Lo de siempre. No sé si es o no habitual, pero el escuchar canciones (también graciosas) en el repertorio fue una grata sorpresa, a pesar de que en el cartel promocional salía un “actor secundario” enguitarrado. Tanto esto como las fabulosas tomas falsas al final del todo, dieron al acto un toque creativo que resultó muy bien acogido. A mi juicio, lo de rodar en el suelo estuvo de más, pero, dada la divertida ridiculez de sus bailes, no dejó de parecer algo “natural”.
Preparación brutal. Hace poco escribí, junto con otros profesionales de la comunicación, un artículo sobre memorizar discursos. Se decida o no memorizar el discurso, es imperativo prepararse adecuadamente (trabajar bien el guión y luego practicarlo hasta la saciedad). Sólo esta preparación permitirá que lo que digamos cumpla su cometido de manera efectiva. Berto demostró (1) haberse preparado exhaustivamente para la presentación, (2) ser un profesional muy experimentado y (3) tener una memoria en muy buena forma, a pesar de las intensas noches de fiesta que insinúan algunos de sus comentarios. Se sabía a la perfección la estructura, las punch lines (y canciones) y las transiciones, lo que hizo que no titubeara en ningún momento. Esto no quiere decir que no haya perdido el hilo pero, de haberlo hecho, la práctica y la experiencia le permitieron salir del paso de forma airosa y sin despertar suspicacia.
Repetición recurrente. Durante el espectáculo usó el recurso del anclaje para reactivar la risa del público. Usó tres frases (o situaciones) que, la primera vez, hicieron que todo el mundo se partiera y que, cada vez que las reintroducía en el transcurso de la función, revivían el mismo estado de hilaridad prolongando la euforia de la sala.
Ayudas visuales. El fondo del escenario estaba cubierto por una pantalla gigante que, durante las casi dos horas, estuvo proyectando imágenes (más o menos) representativas. Bien elegidas, en la mayoría de los casos, dichas imágenes sumaron al mensaje, a las risas y, en general, a la efectividad de los gags en cuestión. Hago especial énfasis en el que sólo se proyectaron imágenes y que, salvo el nombre de la función y del comediante, no se vio texto en ningún momento. Esta técnica no sólo es trasladable a cualquier tipo de presentación, sino muy recomendable.
Estructura. Casi 100 minutos escuchando a una misma persona pueden terminar cansando. Pero a pesar del dolor en los músculos faciales, el tiempo se me pasó volando y creo poder hablar por casi todos los allí presentes. La clara estructura de la obra, delimitada por momentos musicales (muy bien entonados), facilitó el entendimiento y evitó el cansancio psicológico que suponen los eventos aparentemente interminables.
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En el fondo, somos animales sociales lo que hace que estemos en un constante estado comunicativo. Por ello, toda situación que envuelva a más de una persona puede enseñarnos muchas cosas sobre cómo incrementar la efectividad de nuestras comunicaciones. Un espectáculo de comedia exitoso es una situación perfecta para entender mejor las técnicas de hablar en público y conectar con éste. Pero aunque el cómico tenga al público supuestamente ganado de antemano y aparentemente predispuesto, igualmente tiene la obligación de generar un impacto y cambiar (aunque sea momentáneamente) la vida de los que han ido a verle. Igual que todo orador que quiera volver a ser contratado.
(Ojo: El que hacer reír sea o no difícil, escapa el alcance de este artículo.)
Imagen por El Humilde Fotero del Pánico
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