“Somos esclavos de lo que decimos y dueños de lo que callamos” se cree que dijo Gandhi.
Habitualmente, hablamos de sobra. Lo digo con conocimiento de causa. La mayoría de las cosas que decimos es mero relleno, paja, grasa. Y lo verdaderamente trascendental dentro de todo esto (la verdadera chicha) es muy poco, comparativamente.
Hay gente muy pesada, que no para de hablar y que no tiene botón de apagado. De hecho, en ocasiones, yo mismo peco de querer decirlo todo a la primera. Por la obsesión de ser transparente y parecer que lo sé todo (al respecto).
LA IMPORTANCIA DE NO DECIRLO TODO A LA PRIMERA
Y no nos damos cuenta (yo incluido) de que el silencio nos hace (parecer) más interesantes, más inteligentes.
Nizami Namazov, Gerente de Proyectos en Europraxis y testigo de cientos de presentaciones de trabajo, me confesó en una entrevista que el mayor problema en las presentaciones dentro del mundo de la consultoría es el exceso de información. Los consultores, orgullosos de la ardua labor realizada en cada proyecto, no pueden evitar querer vomitar cada idea y cada dato obtenido tras su investigación.
Pero no se dan cuenta de que es imposible presentar en una sesión 100 diapositivas llenas de complejos diagramas sin hacer que el público pida a gritos una muerte súbita por harakiri. Repito: imposible.
¿Cuál es la clave para no agobiar con tanta información y salir airosos?
Preparar un dossier completísimo para entregar en mano y estudiar en casa. Y, para presentar, resumir al máximo, hablar de los fundamentos y conclusiones principales del estudio y dejarles con ganas de más. Porque el silencio es sexy y el exceso de información cansa.
O como decía el arquitecto minimalista Ludwig Mies van der Rohe: «Less is more» («Menos es más»). Con menos, podemos hacer más. Entonces, ¿por qué tanto empeño en no dejarse nada afuera?
Al fin y al cabo, como dicen por ahí, nadie se ha quejado nunca de una presentación demasiado corta. Y si la curiosidad aflora, siempre interrumpirán para hacer preguntas que demuestren lo bien que hemos trabajado y lo inteligentes que somos.
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Imagen de Milivoj Sherrington
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