
Estamos en diciembre, mes de fiestas, euforia y alegría. Mes de numerosas celebraciones y eventos varios para cerrar el año y dar entrada a uno nuevo. Pero sea o no diciembre, hay que reconocer que a los humanos nos encantan los eventos sociales, los cócteles y ver caras nuevas.
En eventos formales y ceremonias, lo normal es que haya discursos varios para agradecer, para reconocer y para recordar a los asistentes el por qué de su presencia. Pero, a pesar de lo habitual de este tipo de intervenciones en público, lo normal es ver a gente visiblemente nerviosa y con pocas ganas de tener que intervenir. Y con esas ganas, el mismo nivel de empeño. O lo que es lo mismo, flagrantes intentos de salir del paso.
Hace unos días estuve en un evento en Palma donde algunos de los que subieron al escenario habrían podido dejar el listón más alto. Como algunos de los “errores” allí cometidos son comunes en discursos de este tipo, he aquí un listado de éstos y qué hacer para evitarlos.
Algunos errores en discursos formales e ideas para solucionarlos
1. Llevar el discurso en varios folios no numerados y sueltos
Si bien no lo defiendo, llevar el discurso escrito de “pe” a “pa” no es un pecado capital. Hay quienes se sienten más seguros teniéndolo consigo y les sirve de apoyo, incluso aunque terminen sin usarlo de chuleta.
El problema de llevar el discurso completo comienza cuando éste consta de varios folios. Si éstos están sueltos y no vienen numerados, en el momento en el que el ponente pierde el orden, comienza un baile de folios en las manos. Si el atril es lo suficientemente grande, la búsqueda del orden original puede hacerse de forma medianamente discreta. Pero como, en ese punto, el que habla está pidiendo que le trague la tierra, lo último en lo que piensa es en no mostrar su desorden. Y esto sin ni siquiera pensar en el desastre que supone que se caigan todos al suelo.
Soluciones:
Tres.
- Si es estrictamente necesario llevar el discurso completo, lo menos recomendable pero funcional es graparlos. La desventaja es que todo el público verá el ir y venir de las hojas al pasarlas.
- Más recomendable cuando llevamos el discurso completo es numerar los folios para poder reponerse fácilmente del posible impasse. Si no los grapamos, podemos pasarlos de un lado a otro sin que se vea el bailoteo. Marcar en negrita las frases clave será especialmente valioso para usar como guía si en vez de leer estamos hablando el público.
- Lo mejor es resumir las notas al máximo posible y llevar solamente las frases clave. Esto requiere de ensayar muchas veces el discurso previamente. Por supuesto, es el caso óptimo porque nos ayuda a evitar clavar la mirada en el papel y buscar la del público.
2. No quitar los ojos del guión
Un problema asociado al anterior es leer en lugar de hablar al público. Cuando leemos el discurso no podemos despegar la mirada el guión. Esto supone una barrera brutal entre ponente y público, lo que significa que la conexión es prácticamente imposible. En consecuencia, la gente que escucha se suele aburrir y presta más atención al móvil que al ponente, tomando conciencia del discurso sólo para mirar el reloj y preguntarse cuándo va a terminar.
Solución:
Practicar, practicar, practicar. Sí, es cierto que hay discursos especialmente largos y cuyos foros requieren de cierto nivel de formalismo. Pero aunque necesitemos de nuestras notas con frecuencia y no tengamos un teleprompter para salvarnos el pellejo, si ensayamos varias veces nuestro guión, seremos capaces de levantar la mirada con frecuencia y dar la impresión de que miramos más al público que a nuestras propias notas. Lo ideal es que no se note que volvemos al papel, pero si se hace, que no cante demasiado. Y esto sólo es posible dedicándole horas a la preparación, al ensayo y a la consiguiente interiorización del texto.
3. No pronunciar correctamente el nombre de la persona a quien llamamos al escenario
O peor aún, no tener idea de cómo se llama esa persona.
Si tenemos la palabra y debemos llamar a alguien al escenario para cedérsela o para hacerle algún tipo de reconocimiento, lo mínimo que se espera de nosotros es que podamos pronunciar correctamente su nombre. Fácil, ¿no? Respecto y sentido común. Increíblemente, mucha gente no da importancia a este “minúsculo detalle”. Y ¡qué mal quedamos con esa persona y con todo aquel que sí sabe cómo se llama! Es bochornoso y muestra una falta de delicadeza tal como para bajarnos del estrado a tomatazos. Y bueno, dirás: “pero es que se ha equivocado”. Me da igual. ¿Cómo te sientes cuando pronuncian mal el tuyo en un grupo reducido? ¿Y en público?
Hay que cuidar estos detalles igual que cuidamos de nuestras pertenencias de valor.
Solución:
Antes de que comience formalmente el evento, preguntar a la persona a la que vamos a presentar cómo se pronuncia su nombre. Asegurarnos frente a ésta de que lo pronunciamos bien y luego practicarlo algunas veces más. Si tenemos un juego de notas (y normalmente lo tendremos), también asegurarnos de haberlo escrito correctamente.
4. Entregar un premio o reconocimiento sin mirar a los ojos de la otra persona
Casi tan feo como pronunciar mal un nombre queda recibir a alguien en el escenario sin darle la mano y mirarle a los ojos. Es como si nos diera igual su presencia. O peor aún, como si nos molestase. Y claro, no es así. No nos da igual ni nos molesta esa persona, pero los nervios nos juegan esas malas pasadas que hacen que, efectivamente, parezcamos unos maleducados.
Solución:
No tiene mucha ciencia. Basta con estar presentes en el momento, pausar debidamente, reconocer mentalmente que el protagonismo pasa de forma momentánea a la otra persona, darle la mano mientras le miramos a los ojos con una sonrisa, y luego volvernos al podio.
Descubre los otros cuatro errores en discursos formales en la segunda parte.
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Imagen de Dave Fayram
Hola Sebastián:
Otro error que comete mucha gente es no asegurarse si el micrófono funciona o hablar demasiado lejos de él, de forma que no le oyen más que los de la primera fila.
Un abrazo y enhorabuena por tu blog.
Efectivamente; y luego nadie se entera de lo que está diciendo. Me lo apunto. Mil gracias por tu comentario, Agustín.
Estupendo artículo, Sebas. Como siempre.
Para los puntos primero y segundo, creo que lo mejor es no llevar ni siquera notas. Te dan una falsa seguridad de que puedes recurrir a ellas cuando lo necesitas y pierdes espontaneidad y eficacia. Y en realidad si quieres utilizarlas acabas interrumpiendo tu charla para buscar el punto donde querías decir algo interesante… pero has perdido el momento y el discurso queda inconexo. Esa frase tan interesante ha quedado sin ninguna eficacia. Para mi, lo mejor es que el discurso tenga un hilo conductor, así el paso de un punto a otro es lo más natural posible sin tener que memorizar nada.
Espero impaciente la segunda parte.
Un abrazo
Hola Joaquín. Como te comenté en Linkedin, tienes toda la razón. Sin notas conectas más fácilmente y con un hilo conductor ayudas a que la gente preste atención. Gracias por tu comentario.
Lindos y oportunos comentarios. También es valioso observar que dentro del discurso se resalte lo que sale del corazón, lo espontáneo, dejar tantas palabras sueltas y vacías y que fluya lo que sirve.
Es fundamental que salga del corazón.