¿Es necesario caer bien para presentar de forma efectiva?

Aristóteles, filósofo griego del siglo tercero antes de Cristo. Escribió decenas de tratados sobre lógica, física, metafísica y otras tantas áreas del saber, incluida la retórica. Decía que, para lograr persuadir no basta con hablar de forma lógica (logos). Es también necesario desprender credibilidad (ethos) y despertar las emociones de quienes nos escuchan (pathos). Visto de otro modo, las presentaciones son como mesas de tres patas (logos, ethos y pathos); si falta una pata, la mesa no se mantiene en pie. Este vídeo de Conor Neill explica perfectamente esta relación.

Si bien las tres variables son imprescindibles para alcanzar nuestros objetivos como oradores, personalmente opino que existe en éstas un orden lógico sin el cual puede dificultarse la consecución de nuestros objetivos, incluso si al final del todo cumplimos con las tres. Entiendo que primero hay que partir de un nivel de credibilidad (ethos) mínimo para que el público se permita escucharnos y, una vez concedido el honor, es preciso jugar con el logos y el pathos para conseguir un buen popurrí retórico.

La Real Academia Española nos ofrece una definición bastante laberíntica de la palabra credibilidad ya que nos lleva de un sitio a otro para darnos a entender que goza de credibilidad quien es de fiar. Es decir, hacemos caso a la gente creíble. A aquellas personas con las que sentimos afinidad o a las que admiramos. A nuestros ojos, credibilidad tiene la persona con la que compartimos experiencias, con la que tenemos objetivos comunes y/o que demuestra poseer un currículum vitae digno de respeto (al menos para tener derecho de hablar sobre el tema en cuestión).

Cuando alguien cumple con estos requisitos, le escuchamos, intentamos empatizar (por respeto, por afinidad o por admiración) y, si entendemos que habla con suficiente lógica y despierta nuestra emoción, finalmente conectamos. Dicho de forma burda, cuando alguien nos cae bien, es muy probable que le demos la oportunidad de conectar con nosotros.

Pero surgen varias preguntas:

  1. ¿Se puede gozar de credibilidad sin caer bien? En cierto modo sí, pero es muy probable que no hagamos mucho caso a lo que diga esa persona, por lo que la mesa no se mantendrá en pie. Porque no nos solemos fiar de aquéllos que no nos caen bien.
  2. ¿Es posible caer bien a todo el mundo? No.
  3. ¿Es deseable? Tampoco.

Hace unas semanas estuve en Vietnam con mi mujer y veía como, sin ponerme demasiado repelente anti bichos, los mosquitos no me hacían mucho caso. En cambio a ella todos terminaban acribillándola. En menos de tres semanas y tras acabarse todo un bote de una supuesta solución natural, terminó con las piernas llenas de picaduras, cuando a mí me picaron apenas una o dos veces. Curiosamente, esta experiencia me hizo entender que no es conveniente caer bien a todos ya que, paradójicamente, este hecho puede resultar contraproducente.

Cuando hablamos en público, conviene encontrar la manera de dirigirse a todos. Es decir, intentar que toda la audiencia capte con la misma intensidad y fiabilidad lo que estamos diciendo para así evitar perderlos en malentendidos y no conseguir alcanzar el objetivo de la charla. No obstante, es importante no intentar agradar a todo el mundo porque ello implica necesariamente asumir una postura vaga, ambigua, indefinida, desde la cual no defendemos con fuerza ningún punto de vista. Es más, asumiendo una postura tal, perderemos a los miembros del público más exigentes.

Sin embargo, como los extremos no son sanos, caer mal tampoco es bueno y, como mencionaba antes, pasamos de las personas cuya actitud y formas no somos capaces de tolerar. Pero cuando alguien nos cae bien, somos más propensos a escucharle, a entenderle e incluso a seguirle.

¿Qué debemos hacer para agradar a los demás sin perder autoridad?

No creo que haya fórmulas mágicas pero sí líneas generales básicas. Se me ocurren las siguientes:

  • Sonreír: Con la mayor frecuencia posible, siempre que el tema lo permite. Sonreír mientras presentamos derriba fronteras y nos gana amigos.
  • Desprender humildad: Mantener una postura humilde. A nadie caen bien las personas sobradas, arrogantes y que lo saben todo.
  • Ser auténticos: Ser genuinos y transparentes es vital para no despertar dudas sobre nuestras intenciones. Siendo nosotros mismos nos es mucho más fácil establecer confianza con los demás que si aparentamos ser otras personas.
  • Recordar que el público es lo primero: Tener siempre presente que lo primero es el público y el valor que le añadimos a éste. Lo demás es accesorio o consecuencia de ello.
  • Establecer puntos en común: Cuando nos damos cuenta de que tenemos algo en común con otra persona, se genera cierto tipo de complicidad entre ambos. Si hacemos nuestros deberes, podremos encontrar puntos y experiencias comunes con el público que nos acercarán a éste.

Al hablar en público buscamos atraer a la gente a nuestro terreno. Eso implica tener que ir primero al suyo para hacer “migas” con ésta y luego tirar del carro hacia donde nosotros. Esto sin cambiar de postura sólo por intentar satisfacer a todo aquél que nos escucha. Pero cuando hablamos desde la perspectiva del público manteniendo firmemente y de manera entusiasta nuestro propio punto de vista, y además buscamos la manera de agradar genuinamente a los demás, de repente persuadir deja de ser tan complicado.

¿De qué otras formas podemos agradar a nuestro público?

Imagen por thelma.hamlet.

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