Al llegar a una reunión de trabajo, sobre todo con gente conocida y con la que nos llevamos bien son comunes el ruido, el despiste y la falta de atención. Deben pasar unos instantes para que reinen la calma y el silencio y así pueda iniciarse la reunión con buen pie. Si por alguna razón, quien dirige el asunto comienza sin esperar a tener la atención de todos, hay grandes posibilidades de que se pierda información y luego cueste que la gente reenganche con el tema.
Lo mismo pasa cuando hacemos una presentación o damos un discurso. Si cuando comenzamos a hablar hay personas de pie, cuchicheando, terminándose de acomodar, costará mucho captar su atención, conectar con ellas y lograr el resultado deseado. Además, teniendo en cuenta que, idealmente, la introducción debería ser aprovechada para impactar, el no lograr dicho cometido, perdiéndose esas primera frase entre el ruido, puede generar un feeling muy distinto con el público al que se generaría si comenzamos desde un silencio sepulcral.
El silencio es la antesala de una introducción potente
¿Cómo evitarlo? Espera. Espera hasta que callen. Tras ser presentado/a (si es el caso), pasa al escenario, mira a un lado, a otro, al centro, sonríe y espera que la sala esté en completo silencio. Y justo en ese instante, cuando la atención es indivisible, abre la boca y habla.
Esos segundos de espera antes de iniciar la ponencia pueden ser muy duros (para el ponente), pero valen muchísimo la pena.
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