Olivia Schofield, finalista del Campeonato Mundial de Oratoria de 2011, me confesó en una entrevista para la newsletter Mediterranean Spirit que el 80% de la magia de un discurso está en su contenido. Un discurso inteligentemente planteado, elegantemente estructurado y minuciosamente escrito, provocará el llanto y/o hará estallar al público en carcajadas. Pero lo que Olivia no mencionó en la entrevista (dándolo por sentado) es que, sin el otro 20% (la puesta en escena), un discurso es incapaz de cobrar vida. El cómo se presenta es determinante a la hora de comunicar un mensaje. Juntos, contenido y presentación, pueden ser un bombazo; separados no sirven de mucho. ¿Y cómo medimos la efectividad de ambos? Evaluándolos.
En uno de los artículos anteriores explicaba la importancia que tiene evaluar y ser evaluado y cómo las evaluaciones nos hacen mejores comunicadores. Hoy incluyo algunas pautas a tener en cuenta para comenzar a ser capaces de ver los discursos (los de otros y los nuestros, tras grabarnos en vídeo) con un ojo más crítico.
¿Qué evaluar en un discurso?
Un buen discurso debería poder satisfacer las necesidades del público en tres ámbitos: impresión general (percepción), contenido (fondo) y puesta en escena (forma).
Impresión general sobre el discurso
- Mensaje: ¿Cuál fue el mensaje principal? ¿Quedó lo suficientemente claro? Uno de los puntos de partida al escribir un discurso es tener una idea muy clara del mensaje general que se quiere transmitir. Mientras más claro lo tiene quien confecciona el guión, más claro lo tendrá el público.
- Objetivo: ¿Quedó claro el objetivo? ¿Fue conseguido? Otro de los puntos a tener en cuenta antes de redactar es saber lo que se quiere lograr con la charla – informar, persuadir/motivar o entretener. Esto sabido, también es importante aclarar qué querríamos que el público hiciera, pensara o sintiera inmediatamente terminado el discurso. Sólo tras tener claros, mensaje y objetivo, podemos comenzar a redactar.
- Reacción del público: ¿Cuál ha sido su reacción? ¿Ha sido favorable o desfavorable? ¿Logró en ellos un deseo de ser o hacer algo distinto? El público es lo primero, por lo que la reacción que obtengamos de ellos determinará el éxito o fracaso de la ponencia.
La impresión general es probablemente el pilar más importante en la evaluación de un discurso ya que, incluso sin ser capaces de comentar de manera entendida sobre el contenido o la puesta en escena, todos tenemos la capacidad de dar una opinión sobre lo que nos ha parecido lo escuchado. Por supuesto, una percepción favorable supondrá (casi siempre) que tanto el contenido como la puesta en escena han satisfecho las expectativas (mínimas) de la audiencia.
El contenido del discurso
- Estructura: ¿Hubo una clara delimitación entre introducción, cuerpo y conclusión? ¿Fue lógica y fácil de seguir? Una línea argumental sencilla, basada en unos pocos puntos, permitirá que el público se mantenga atento y saque el mayor provecho a lo que decimos.
- Introducción: ¿Fue capaz de despertar la atención del público con las primeras palabras dejándolo con ganas de escuchar el resto y marcando la línea por la cual pretendía seguir? Es recomendable comenzar con impacto: una pregunta, una cita, una declaración controvertida, una palabra potente… Esto asegurará que todos deseen seguir escuchando. Dejemos el “buenos días, mi nombre es X y estoy muy agradecido de…” para un párrafo posterior.
- Cuerpo: ¿Fue al grano y evitó irse por las ramas? ¿Fueron claras, relevantes e interesantes las ideas expuestas? ¿Aportaron dichas ideas al mensaje principal y al objetivo del discurso? ¿Estuvieron apoyadas dichas ideas de ejemplos e historias? Un cuerpo de discurso efectivo requiere de mucha edición en la fase de preparación. Hay que deshacerse de todo lo irrelevante para evitar que nos vayamos por las ramas.
- Conclusión: ¿Hubo una llamada a la acción (hacer, ser, sentir algo distinto)? ¿Resumió las ideas principales o reforzó el mensaje principal? ¿Terminó de forma lo suficientemente memorable como para quedarse incrustado en las mentes de los oyentes? Nos quedamos principalmente con lo último que se nos dice. De ahí la importancia de finalizar un discurso resumiendo las ideas principales y llamando a la acción.
- Lenguaje verbal: ¿Hizo un uso correcto de las palabras y la gramática? ¿Empleó figuras retóricas para añadir riqueza, fluidez e impacto al discurso? No me voy a meter con el nivel de alfabetización de la gente, pero querría creer que alguien a quien se lo ofrece la oportunidad de hablar frente a otros tiene un mínimo de conocimiento de la lengua y sabe usarla de forma correcta. Aun así, es necesario adecuar la manera de hablar a cada ocasión para evitar perder adeptos.
Lo que se dice viene estrechamente ligado a una preparación en la cual se mezclan conocimiento, investigación, organización lógica de las ideas y capacidad de redacción. Es importante no olvidar que la simplicidad es fundamental (menos es más) y que se nos recordará, sobre todo, por lo primero y (especialmente) lo último que digamos.
Puesta en escena del discurso
- Voz: ¿Fue la presentación monótona o moduló el orador su voz en el transcurso de ésta? En la variedad está el gusto y, en el caso del orador, es especialmente necesaria para mantener la atención y despertar emociones. Idealmente, queremos sonar conversacionales y en las conversaciones variamos el volumen, el ritmo, la cadencia de nuestra voz en función del énfasis que queramos hacer en determinados puntos. La monotonía aburre.
- Pausas y muletillas: ¿Se tomó su tiempo entre idea e idea? ¿Dio tiempo al público a reflexionar? ¿Hizo pausas silenciosas o usó muletillas para entrelazar conceptos? Una pausa bien colocada puede sumar en impacto, dejando a la gente en vilo o permitiéndole reflexionar. Pero una pausa con un “ehh”, un “pues” o cualquier otra muletilla, impide lograr lo anterior y además hace que el orador pierda credibilidad haciéndole parecer inseguro y poco preparado.
- Lenguaje del cuerpo: ¿Usó un lenguaje abierto o cerrado? ¿Se desenvolvió con naturalidad? Éste es un tema que da para todo un artículo. La postura y la gesticulación (primordialmente) dirán mucho sobre el que habla. Sin saber cómo ni por qué, sólo con ver cómo se desenvuelve una persona, podemos hacernos un juicio considerablemente certero sobre ésta. Una postura firme y erguida transmitirá autoridad. Una gesticulación natural, abierta y no desafiante, ganará amigos.
- Sonrisa: ¿Sonrió o puso cara de pocos amigos? La sonrisa muestra amabilidad y gratitud. Es fundamental para tener rapport con el público lo que es importante para caerle bien.
- Contacto visual: ¿Dirigió la mirada a los ojos del público? ¿Sentí como si me hablase a mí personalmente? Cuando hablamos uno a uno, molesta si no nos miran a los ojos. Un orador que evita la mirada del público, genera desconfianza. Por cada concepto que se dice, es deseable mirar a los ojos a una persona en concreto. Asimismo, hay que buscar mirar a tantas personas como nos sea posible en el transcurso de la charla, cubriendo todas las áreas del “patio de butacas”.
- Movimiento y uso del escenario: ¿Usó el escenario o se quedó estático? ¿Salió de detrás del atril o no? Emilio Duró es un crack. Incluso quedándose inmóvil en una esquina del escenario durante hora y meda (como lo vi hacer una vez en Palma), es capaz de conectar y hacerse con la audiencia. Pero no somos Emilio Duró. Hay que moverse (aunque no de manera errante), salir de detrás del atril, acercarnos a la gente… Esto sumará en energía, credibilidad y conexión.
- Ayudas visuales: ¿Usó ayudas visuales o no? ¿Fueron éstas un complemento o un sustituto del mensaje? Es otro tema que también da para mucho. Aquí entran los objetos y las diapositivas. En ambos casos deben complementar el mensaje, sumar a la presentación. Es muy frecuente ver presentaciones en las que las diapositivas, más que un complemento, son el protagonista. El ponente las utiliza como chuleta para no perder el hilo. Seth Godin, afamado blogger y gurú del marketing, dice que una diapositiva no debe tener más de seis palabras. Si bien esto puede ser complicado de lograr, la tendencia debe ser siempre a usar más imagen y menos texto.
- Indumentaria: ¿Usó una indumentaria adecuada para la ocasión o estuvo demasiado formal/informal? Ante la duda, mejor pecar de formal, pero lo recomendable es conocer el perfil de la audiencia y vestirse de manera un poco más formal que ésta.
Sí, el contenido es rey, dicen por ahí, pero una puesta en escena mediocre no hará nunca justicia a un guión excelente.
Obtener feedback
Salvo que formemos parte de un club de oratoria, de debate o similar, o que impartamos cursos y pongamos hojas de evaluación a disposición de los asistentes, no es habitual que podamos obtener retroalimentación sobre nuestras presentaciones. Una de las claves para obtener dicho feedback y, en consecuencia, mejorar como oradores, es grabarnos. Al grabarnos, reproducir y analizar nuestros vídeos, podemos determinar los puntos fuertes y débiles de nuestros discursos y usar esta información para mejorar en futuras ocasiones. Es un método efectivo porque (1) evitamos la engorrosa situación de recibir una crítica por parte de otra persona y (2) no dependemos de los demás para progresar.
Aun así, como tampoco es normal que estemos dando discurso a diario, una manera de adquirir práctica en su evaluación es evaluar los ajenos. Existen muchas oportunidades para ver discursos y evaluarlos. Conferencias, presentaciones comerciales, discursos políticos, TED. Ver con ojo crítico nos enseña a entender qué nos gusta y qué no, qué impacta, qué funciona… En definitiva, nos ayuda a tomar consciencia sobre qué es un buen discurso y, por consiguiente, a utilizar dichos criterios para mejorar nuestras propias presentaciones.
Imagen de James Brauer
Interacciones con los lectores