En este blog ya se ha hablado bastante sobre la importancia de la práctica incansable y concienzuda. Se ha dicho que la mezcla entre ésta y la posterior evaluación es el único medio para superarnos a la hora de hacer presentaciones. Pero más allá de la necesidad de aprender a evaluar discursos para poder autoevaluarnos, el verdadero secreto, la verdadera clave para hablar mejor en público es tener un mentor que nos proporciones feedback de calidad y sin pelos en la lengua.
¿Qué nos aporta un mentor para aprender a hablar en público?
*Experiencia
No nos engañemos; no nos vale cualquier persona. Como mentor, queremos a alguien con tablas, que tenga más horas de vuelo y que haya tropezado con más piedras que nosotros para que nos guíe en el proceso de esquivarlas. Un mentor nos ayudará a centrar el tiro, nos recordará que esto va de dar y no de recibir, y nos apoyará siempre que le pongamos ganas al asunto.
*Perspectiva
Cuando preparamos una ponencia corremos el riesgo de enamorarnos del material, de las historias, de los comentarios graciosos, y no darnos cuenta de cuando nos vamos por la tangente. Nuestro mentor, no encoñado con nuestro material, podrá decir con perfecta objetividad si lo que decimos es irrelevante el mensaje central o al público, o si directamente es basura.
*Observación
Incluso si nos grabamos a nosotros mismos y estudiamos la grabación una y otra vez, es posible que se nos escapen ciertos detalles, ya sea por inexperiencia o por sesgo. Otro conjunto de ojos y oídos entrenados podrán percibir con mayor claridad los gestos y frases en los que no estamos dando todo lo que deberíamos dar (o en los que nos estamos excediendo).
Hace casi dos semanas viví una experiencia reveladora. En mi preparación para el concurso de discursos del Área H1 del Distrito 59 de Toastmasters, tuve el honor de recibir una sesión de coaching por parte de Olivia Schofield, Campeona Europea de Oratoria y Top Woman Speaker de 2011. Con una grabadora de voz, libreta y boli, me recibió en una de las salas de reuniones de su hotel y, tras una hora “larga” de conversación, nos pusimos manos a la obra.
Sólo bastó hacer mi discurso de casi siete minutos una vez para comenzar a recibir un aluvión de sugerencias para mejorarlo de inmediato. Éstos fueron algunos de los puntos a mejorar:
1. Introducción
Mi introducción original buscaba captar la atención del público de inmediato con un diálogo entre mi voz interior y yo. Si bien captaba rápidamente la atención y era relevante al resto del discurso, era difícil de seguir debido al ping pong dialéctico entre ambas partes y al mensaje generalista. Sugirió que, siguiendo la línea de captar la atención de inmediato, fuera más al grano iniciando con algo con lo que todo el público pudiera identificarse.
2. Dicción
El inglés es mi segundo idioma y, por tanto, si bien llevo más de 25 años hablándolo, en ocasiones, puede que no se me entienda muy bien cuando digo determinadas palabras. Para subsanar ese problema, es necesario vocalizar más ampliamente. No obstante, para evitar tener que prestar atención a la vocalización durante el discurso mismo, conviene hacer un ejercicio de calentamiento previo que consiste en colocar medio corcho de botella de vino entre los dientes delanteros y hacer el discurso (o recitar un poema, o una canción). Es impresionante lo que esto logra en cuanto a claridad al hablar, incluso cuando tenemos que hablar en nuestro propio idioma. (Más claves para lograr que se nos entienda al hablar en público en un idioma extranjero pinchando aquí.)
3. Eliminación
Darren LaCroix, Campeón Mundial de Oratoria de 2001 dice que los grandes discursos no son escritos, son reescritos. Para lograr realmente ir al grano y hacerlo de forma memorable, hay que editar muchísimo y eliminar todo aquello que no añada valor al mensaje central. A pesar de que a mí me parecía tener un gran discurso, Olivia insistió en que eliminara un par de ideas que no eran más que floritura. Hacerlo hizo que el mensaje fuera más inteligible.
4. Énfasis
Cuando hablamos hacemos énfasis en unas u otras palabras para lograr transmitir significados muy concretos. Cambiar el énfasis de una palabra a otra puede cambiar notablemente el significado de la frase. No es lo mismo decir “Los niños me hicieron daño” (no las niñas ni los ancianos, los niños) que decir “los niños me hicieron daño” (no me hicieron chistes ni bocadillos, me hicieron daño). Olivia me ayudó a darme cuenta de que estaba haciendo que mi discurso perdiera impacto al no hacer énfasis sobre las palabras adecuadas.
5. Naturalidad
Cuando intentamos inspirar al público con nuestro mensaje y contamos nuestras historias más personales, estamos prácticamente desnudándonos delante de éste. Pero por muy íntimas que sean estas historias, no sentir la emoción al contarlas hace que no parezcamos del todo sinceros. Evitar soltar el guión como una carretilla y contar nuestra historia buscando revivir el momento, pausando lo que haga falta para tomar contacto con eso que sentimos aquella vez, es el secreto para tocar el corazón de los demás con nuestras palabras. Es fundamental recrear la historia en nuestra mente, recordar el sentimiento y luego decir lo que tengamos que decir con toda la sinceridad del mundo. Resultado: me metí tanto en la historia que, al terminar, sentí como se me ponía la piel de gallina.
Y efectivamente, la sesión con Olivia dio resultados. Nada más terminar, Roger Prat, experto en presentaciones y blogger en Presentable.es, quien formaba parte del público, me confesó haber quedado emocionado con mis palabras (y ayer hizo mención al respecto en su blog). Fue un honor viniendo de él pero, más allá del cumplido, lo que de verdad me queda es el proceso de aprendizaje y la certeza de que un asesor, un mentor o un coach es fundamental si queremos dar un paso de gigante hacia convertirnos en ponentes de primera categoría.
¿Quieres probar una sesión de asesoramiento para mejorar tu más reciente presentación? Contáctame.
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