La llamada a la acción – Hablar en público y alcanzar objetivos

¿Qué esperas de tu público cuando impartes un discurso, una charla o una presentación?

Hace dos fines de semanas estuve en un concurso de discursos humorísticos en Barcelona. Dos de los discursos me marcaron por dos razones en concreto. Primero, por el talento de los oradores para hacernos reír; habilidad que admiro por su gran dificultad. Segundo, por su capacidad de storytelling con la que mantuvieron en todo momento nuestra atención; fundamental para ser un orador exitoso. Al terminar ambos, si bien me habían dejado con muy buen sabor de boca y un fuerte dolor en el estómago, sentí como si faltase algo. Volví a mis apuntes y encontré la respuesta: ninguno de los dos había hecho una llamada a la acción.

Independientemente de su naturaleza, todas las presentaciones buscan cumplir un objetivo. Ciertamente, dicho objetivo variará en cada caso (la charla de un profesor, el discurso motivacional, la presentación comercial, el monólogo de un comediante), pero toda buena presentación lleva consigo cierto nivel de persuasión. Busca influir sobre el público incitándolo a hacer, a pensar o a sentir algo nuevo. Durante su desarrollo, presenta las cosas como son y ofrece pistas sobre cómo podrían ser, definiendo el camino a recorrer para pasar de un punto a otro y los beneficios de realizar dicho recorrido. En otras palabras, muestra una situación A y las ventajas de alcanzar una situación B, mejor o más deseable que la anterior.

Pero pasar de un estado a otro implica cambio y el cambio normalmente da miedo o, en el mejor de los casos, da pereza. Por ello, es muy común que necesitemos de un empujón, de un impulso, de una chispa para lanzarnos a por algo nuevo y desconocido, dejando atrás la comodidad del statu quo. Ahí entra el elemento decisor en el proceso persuasivo de los discursos: la llamada a la acción.

Según Nancy Duarte, en su libro Resonate, la llamada a la acción define claramente lo que se le pide al público que haga tras escuchar una presentación. Inspira a la gente a moverse. Pone en marcha ese sentimiento de necesidad de cambio que ya se generó en el desarrollo del discurso. Abre el camino a una realidad distinta, dando al público el “permiso” y la energía necesarios para proceder.

Una llamada a la acción efectiva, no sólo vendrá precedida de unos argumentos contundentes sobre el por qué de cambiar. Deberá indicar, de forma explícita, clara y sencilla, los pasos a dar para poder hacer realidad las ideas expuestas durante la charla. Servida en bandeja de plata, intentando no dejar espacio a la duda ni a la interpretación. Así, el público puede salir con herramientas concretas que le permitan poder decidir si poner o no en práctica los consejos e indicaciones del orador sin tener que preocuparse de interpretar por sí solo lo que pudo querer decir éste.

Tras la llamada a la acción, un breve resumen de los beneficios que aportará dar el paso, terminar con entusiasmo, y a casa.

Ejemplos de llamada a la acción:

1: Hacer algo nuevo

El lunes, cuando llegues al trabajo, antes de encender el ordenador y comenzar a realizar cualquier actividad, quiero que saques un folio y anotes todas las tareas pendientes de la semana. Luego, quiero que las ordenes en función de su importancia y de su urgencia. Ocúpate primero de las urgentes e importantes. Luego intenta delegar las urgentes no importantes. Y finalmente ocúpate de las no urgentes que vienes postergando desde hace tiempo. Ve tachando a medida que las vayas terminando… Al finalizar la primera jornada, comenzarás a notar cómo aumenta tu productividad, disminuye la sensación de agobio y de perder el tiempo y, al final de la semana, sentirás que has logrado mucho más que nunca. Una sencilla metodología de trabajo que duplicará tu capacidad de cumplir objetivos y mantener plazos de entrega.

2: Pensar algo nuevo

Somos animales sociales por lo que, para sobrevivir y salir adelante, debemos relacionarnos con los demás. La dinámica familiar, las negociaciones en el trabajo y cualquier interacción que podamos tener requieren de nuestra capacidad de comunicación para obtener resultados. Pero con tantos conflictos aparentemente irresolubles, tanta demanda vs tan pocas ofertas de trabajo adecuadas, tanta gente interesante reacia a socializar con cualquiera, ¿de verdad podemos darnos el lujo de no tener buenas habilidades de comunicación? ¿Podemos alcanzar nuestras metas y explotar nuestro máximo potencial sin tener un verdadero dominio del uso de la palabra? ¿Estamos obteniendo los resultados que deseamos con cada presentación, cada interacción, o ni siquiera nos estamos atreviendo a dar el paso? Se capaz de comunicar efectivamente frente a uno, a diez, a cien, es una de las herramientas más valiosas que puede tener un ser humano ya que, con ello, puede influir sobre dichas personas y sacar el máximo provecho de las interacciones con éstas… 

3: Sentir algo nuevo

En este momento te invito a abrir el baúl de los recuerdos y a pensar en todas esas veces en las que diste por sentada la presencia de tu pareja. Su sonrisa, sus abrazos, sus “te quiero”. Y cómo esos pequeños detalles han marcado tu vida. Tras unos instantes repasando esos bonitos momentos, acercándoos emocional y espiritualmente, imagina como si esa persona desapareciera con un simple chasquido de dedos y dejara de existir en tu vida. ¿Cómo te sientes? Nos es muy fácil acostumbrarnos a lo bueno y dar por sentada su presencia siempre que lo tengamos al alcance de la mano pero, una vez lo perdemos, el vacío interior que se genera puede ser muy grande. Agradece y aprovecha al máximo lo que la vida te ha dado… Dicha gratitud se te devolverá con creces.

Por supuesto, el decidir si dar o no el paso dependerá siempre del público, pero ¿le estamos facilitando la tarea? ¿Estamos llamando a la acción y logrando cambios en quienes nos escuchan? ¿Estamos logrando resultados inmediatamente después de terminadas nuestras charlas? Es momento de plantearse estas preguntas porque, hablar en público supone una oportunidad envidiable de influir sobre los demás. Dejarla pasar por alto por no llamar a la acción sería como si el maître no nos trajese la cuenta después de cenar.

Y yo pregunto: ¿te quieres quedar sin cobrar?

Imagen por European Parliament

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