“¿Podrías decirme, por favor, hacia dónde debo ir desde aquí?”
“Dependerá en gran medida de hacia dónde quieras ir.”
“La verdad es que no me importa…”
“Entonces da igual hacia dónde vayas.”
– Alicia en el País de las Maravillas, de Lewis Carroll
Todos los caminos llevan a Roma, dicen por ahí, pero no todos nos llevan de forma eficaz. Salir de viaje sin un rumbo fijo o, al menos, sin un mapa de ruta, implica que seguramente nos perderemos en el camino y que daremos tumbos hasta llegar a nuestro destino, si es que logramos llegar.
En un seminario sobre habilidades de presentación John Zimmer de Manner of Speaking nos indicaba que antes de preparar un discurso es imprescindible hacerse dos preguntas. Sus respuestas determinarán la estrategia que sigamos para desarrollarlo.
1. ¿Cuál es mi mensaje principal? Destilar el mensaje principal en una pregunta (o la respuesta a una pregunta) lo hace claro. Nos sirve como filtro para poder determinar qué añadir y qué no. Todo lo que vaya en línea con dicho mensaje principal es susceptible de ser incluido; todo lo que no añada valor y esté conectado con dicho mensaje, es automáticamente descartable.
2. ¿Por qué debería importarles? Lo más importante es el público. Por ello, si el tema que tratamos les es relevante, no sólo lograremos captar y mantener su atención, sino que podremos hacer que se sientan que les hemos hablado de forma individual ya que habremos atendido necesidades muy concretas. Mientras más sepas al respecto de ellos, mejor podrás diseñar tu presentación y añadir valor.
Sin menospreciar el conocimiento de John a quien conozco personalmente gracias a Toastmasters y es uno de los bloggers de oratoria más influyentes de Europa, me atrevería a decir que hay una tercera pregunta fundamental que debemos hacernos antes de preparar un discurso:
3. ¿Cuál es mi objetivo? O en otras palabras, ¿qué quiero que el público haga, piense o sienta tras haberme escuchado? Al fin y al cabo, las presentaciones buscan lograr algún tipo de cambio en la audiencia, y dicho cambio, mientras más explícito esté, más fácil será alcanzarlo. Tener claro el objetivo que queremos alcanzar nos permitirá incluir una llamada a la acción efectiva, vital para que la charla pase de ser meramente informativa o de entretenimiento, a generar movimiento de algún tipo en la gente.
¿Qué puede suceder si no nos planteamos estas tres preguntas antes de iniciar?
Mensaje: No tendremos claro exactamente qué decir y por ello hablaremos de todo lo que nos parezca interesante, independientemente de que haya cohesión entre los diferentes puntos tratados o no. O en otras palabras, sufriremos del síndrome de Cantinflas, diciendo poco con muchas palabras.
Público: No tener presente quién y cómo es el público, así como cuáles son sus necesidades concretas, impedirá que hablemos de cosas que les interesen y, en consecuencia, que no les seamos de valor y les perdamos tarde o temprano (mental o incluso físicamente). Y como no hay presentación sin público, no investigar todo lo que podamos sobre éste y plantearnos por qué debería interesarles, es receta segura para el fracaso.
Objetivo: Si no tenemos claro qué queremos que nuestro público haga con el mensaje que le transmitimos, no lograremos nada con nuestro discurso. Como mucho hacerles pasar un buen rato. Y lo de “buen” es cuestionable, porque como la mayoría de los que presentamos no estamos en el mundo del entretenimiento, no habremos hecho muy buen trabajo.
Una planificación eficaz es la antesala de un discurso eficaz.
¿Qué estás haciendo para planificar tus propios discursos?
Imagen de giltiriel
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